Columnas 17 OCT 2025

Envejecer en un mundo hiperconectado: la ausencia de las personas mayores en las políticas digitales

El primero de octubre se conmemoró el Día Internacional de las Personas Mayores, una fecha designada por Naciones Unidas para el reconocimiento de este grupo social, sus contribuciones a la sociedad y sus necesidades específicas. A propósito de esta efeméride, y en el marco del mes de la concientización mundial sobre la ciberseguridad, esta columna ofrece un análisis que aborda la ausencia de las personas mayores en las políticas de ciberseguridad en la región, enfatizando en la importancia del acceso significativo, seguro y autónomo a las tecnologías para el ejercicio de los Derechos Humanos de todas y todos.

CC:BY (Daniel Almada)

La acelerada digitalización de nuestras sociedades trae consigo la incorporación de múltiples Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) en la vida de las personas. Si bien el acceso a las mismas puede habilitar el ejercicio de nuestros derechos, existen marcadas diferencias en cómo se usan, apropian, entienden y experimentan entre la diversidad de personas usuarias. Esto genera capacidades y condiciones desiguales para su uso pleno, significativo, seguro y autónomo.

Uno de los grupos sociales que enfrenta mayores desafíos y desigualdades en el uso de las TIC son las personas mayores. Este grupo fue reconocido por la ONU como uno de los segmentos de la sociedad que requiere mayor atención, acompañamiento y cuidado para enfrentar los retos que plantea la creciente digitalización del mundo actual, y para reducir las barreras que les impiden aprovechar plenamente las herramientas tecnológicas en beneficio de su bienestar. Entre dichas barreras destacan la brecha digital y la alta exposición a ciberataques y amenazas en el ciberespacio.

En esta columna ahondaremos en la exclusión de las vejeces en políticas digitales, particularmente en las estrategias nacionales de ciberseguridad. Analizaremos las vulnerabilidades específicas que enfrentan en línea, reafirmando la importancia de proteger sus derechos a la autonomía, el cuidado y la no discriminación, esenciales para su integración y participación efectiva en la era digital.

América Latina, envejecimiento poblacional y desafíos de inclusión digital

Como hemos señalado anteriormente, desde una perspectiva interseccional la edad constituye una categoría fundamental a la hora de formular políticas sobre el diseño, despliegue y uso de las TIC. En esa línea, organismos regionales e internacionales ya reconocieron que los derechos humanos y las libertades fundamentales de las personas mayores deben ser garantizados a través de las políticas, planes, estrategias y legislaciones de los Estados. Además, de acuerdo con estudios sociales sobre esta temática, la inclusión de las personas mayores en el ámbito de las políticas públicas es tanto una cuestión demográfica como social.

Por un lado, la región atraviesa un proceso sostenido de envejecimiento poblacional desde inicios del siglo XXI. Se estima que para el año 2050, el 25% de la población en América Latina y el Caribe tendrá 65 años o más. Considerando la persistente brecha digital que enfrentan en la región, esta proyección debe ser tomada como una motivación crucial para impulsar políticas de inclusión digital que reconozcan la existencia de las vejeces como parte de la sociedad y respondan a sus propias necesidades, garantizando su participación en el mundo hiperconectado que habitamos.

Por otro lado, encontramos que los problemas asociados al envejecimiento fueron históricamente considerados como asuntos a resolver en el ámbito individual y privado. Sin embargo, se envejece en un contexto social y cultural específico que habilita u obstaculiza que se haga con plenitud, inclusión y en condiciones de equidad en el ejercicio de derechos. Se envejece siendo parte de un colectivo, por lo cual incorporar  a las personas mayores en las políticas públicas digitales implica reconocer su especificidad como grupo social.

Lejos de ser espectadoras pasivas de la transformación tecnológica, las vejeces merecen ejercer plenamente sus capacidades en la era digital, con autonomía y sin obstáculos técnicos e informativos que limiten su participación. Sin embargo, la calidad, la información y los conocimientos técnicos necesarios para ello siguen siendo escasos y poco adaptados a sus realidades, situándolas en una posición de desventaja para hacer un uso seguro de las tecnologías.

Estrategias nacionales de ciberseguridad: ¿alguien quiere pensar en las personas mayores?

De forma reiterada, vemos noticas que evidencian la frecuencia y gravedad de los ciberataques en la región, dirigidos tanto a personas como a instituciones. Hace una semana, por ejemplo, la información de 20 millones de personas pensionadas del Instituto Mexicano del Seguro Social fue divulgada y puesta a la venta en foros clandestinos, dejando a una gran cantidad de personas mayores expuestas a múltiples riesgos y métodos de estafa como el phishing. Este caso ilustra  no solo  la fragilidad de los sistemas estatales de almacenamiento de datos, sino también la vulnerabilidad en cascada de las vejeces allí registradas, denotando la imperiosa tarea de reforzar marcos de Derechos Humanos en el tratamiento de la ciberseguridad.

La visión clásica de la ciberseguridad enfocó sus esfuerzos principalmente en la protección del Estado y sus infraestructuras. Sin embargo, perspectivas de género e interseccionales en esta materia sugieren un cambio sistémico urgente en su abordaje, que centre las políticas y  estrategias en las personas, e integre las diversas realidades y necesidades de  sectores sociales que enfrentan amenazas y riesgos diferenciales en el espacio digital. Este giro en el enfoque es clave para garantizar el ejercicio efectivo de los  derechos en los entornos digitales; en particular de grupos históricamente excluidos como las mujeres, las personas de la comunidad LGBTQIA+ y las personas mayores.

A la fecha, de los 21 países de América Latina, 13 ya adoptaron estrategias nacionales de ciberseguridad. Pero sólo 3 (Brasil, Chile y Uruguay) tienen menciones explícitas en sus líneas de acción a las vejeces, y sólo 1 (la reciente estrategia del Paraguay) reconoce  la edad como una de las intersecciones a considerar a la hora de ejecutar políticas de protección para la ciudadanía en el ciberespacio. Ahora bien, ¿la mera referencia a las personas mayores es suficiente para hablar de inclusión? Como buena práctica, la estrategia de Chile contempla la alfabetización básica en ciberseguridad para este sector etario. De hecho, en su plan de acción, este sector es transversal a la mayoría de medidas a implementar, lo que permite concretar objetivos y responsables para cumplir lo que se plasmó en el documento de la estrategia. No obstante, en las demás políticas públicas mencionadas se habla de forma general sobre campañas de concientización en ciberseguridad que incluyen a las personas mayores, sin contar aún con medidas específicas o preferentes que respondan a sus necesidades particulares.

La exclusión que transita la vejez en la mayoría de estos marcos normativos refleja una preocupación señalada por organismos regionales de Derechos Humanos: el edadismo. Esta  forma de discriminación por razón de edad permanece enraizada cultural y jurídicamente en América Latina, exponiendo a este grupo social a diferentes formas de violencia, incluida la que ocurre en línea.

La creciente dependencia de nuestras sociedades en las TIC, así como la digitalización de servicios básicos y fundamentales, incrementa inevitablemente la exposición a riesgos y amenazas. En el caso de las vejeces, la brecha de conocimientos frente a la naturaleza y la sofisticación de los ciberataques las deja altamente desprotegidas, convirtiéndolas en el objetivo de ataques, estafas en su mayoría, caracterizados por la suplantación de identidad para robar información personal y financiera a través de emails, páginas web falsas, llamadas telefónicas, mensajes de texto, entre otros.

Podría afirmarse que, considerando el carácter socio-técnico de las tecnologías, y ante la evolución constante tanto de éstas, como de las violencias que amplifican, el envejecimiento conlleva una condición de vulnerabilidad desde la cual las personas mayores encuentran barreras para participar del cambio tecnológico y usar plena, autónoma y efectivamente las TIC. Debe quedar claro, sin embargo, que el problema no es envejecer; no es la vejez la que dificulta el ejercicio de los Derechos Humanos en los entornos digitales, es la concepción social, cultural y jurídica que los Estados de nuestra región mantienen frente a ella. Estas concepciones se traducen en la exclusión de las personas mayores de los procesos de formulación e implementación de las políticas públicas, restringiendo el pleno goce de sus derechos y desatendiendo sus necesidades y vivencias.

Derecho a la autonomía y al cuidado en los entornos digitales

Promover, proteger y garantizar el reconocimiento y ejercicio, en condiciones de igualdad, de los Derechos Humanos y libertades fundamentales de las personas mayores a través de las políticas digitales resulta esencial. Dos derechos particulares asociados a este grupo son especialmente importantes a la hora de formular marcos de política pública inclusivos: la autonomía y el cuidado.

A menudo, en las sociedades occidentales, las vejeces se ven despojadas de su capacidad para responder a las propias necesidades, expresar sus deseos, tomar decisiones y lograr sus metas, lo que limita las posibilidades de que ejerzan control sobre sus vidas o las vivan de forma autónoma. Así, la edad avanzada es relacionada con la pérdida de funcionalidad, con la dependencia física, mental, emocional y social, el cese de la vida productiva, dejándoles de tener en cuenta para tomar decisiones en ámbitos como el financiero, familiar o político. Es por esto que, según mecanismos regionales de Derechos Humanos, cualquier instrumento de política pública sobre los derechos de las personas mayores debe, en primer lugar, garantizarles la posibilidad de ser autónomas para gestionar sus proyectos vitales.

En un mundo hiperconectado, donde cada vez más actividades se realizan usando la tecnología, contar con conocimientos suficientes para comprender los procesos que se gestan en Internet, así como  las posibilidades y los riesgos que conlleva, no es sólo un asunto de ciberseguridad, sino también, y sobretodo, un tema de Derechos Humanos y autonomía para las personas mayores. Asegurar su independencia y sus posibilidades de participar e integrarse a las comunidades a través de las TIC debe ser un eje central de las políticas digitales.

Por otra parte, la creación de entornos digitales propicios y favorables para este grupo social resulta crucial para que puedan ejercer sus derechos sociales, económicos y culturales en condiciones de igualdad. Proteger su  autonomía e independencia en el espacio digital es una práctica de cuidado en consideración de sus demandas y características específicas. En la medida que las TIC sean parte de su vida cotidiana, es necesario extender las prácticas de cuidado y prevención que tradicionalmente acompañan otras esferas de la vida, también a lo que suceda en los entornos digitales.

La dimensión del cuidado acá mencionada tiene que ver con procurar el bienestar de las personas mayores sin despojarles de su agencia sino, más bien, acompañándoles en el ejercicio y mantenimiento de su autonomía al navegar y usar las tecnologías. Esta es una concepción del cuidado basada en crear condiciones para el bienestar reconociendo las diferencias y vulnerabilidades históricas de este sector etario. Por ejemplo, si se procura el cuidado y la protección de las personas mayores a través de la creación de entornos físicos, sociales y culturales que habiliten el ejercicio de sus derechos, ¿por qué no crear condiciones y desarrollar conocimientos para el disfrute de entornos digitales seguros y favorables? Esto se traduce en bienestar, en protección de la autonomía y, por tanto, en una práctica de cuidado.

Recientemente, la Corte Interamericana de Derechos Humanos reconoció el derecho autónomo al cuidado, entendiendo que constituye una necesidad básica, ineludible y universal, fundamental para una existencia digna, en especial de las personas en situación de vulnerabilidad. En relación con el derecho de las vejeces de recibir cuidados, la Corte sostuvo que los Estados deben adoptar medidas para garantizar su acceso y permanencia en servicios de cuidados de calidad, en consonancia con sus derechos a la autonomía, independencia, seguridad y a una vida libre de violencias. Esta consideración debe extenderse también al ámbito de las políticas digitales, donde este grupo etario requiere enfoques específicos y adecuados que incluyan plenamente sus necesidades, experiencias y capacidades. Las políticas públicas deben brindar mecanismos de apoyo y acompañamiento que garanticen un uso seguro, autónomo y sostenible de las TIC por parte de las personas mayores, fortaleciendo así el ejercicio de sus derechos en entornos digitales.