Principios orientadores para una reforma legislativa y de políticas públicas frente a la violencia de género facilitada por la tecnología: hacia un sistema de responsabilidad

Junto a UNFPA y Derechos Digitales, lanzamos este documento que propone un marco integral para avanzar hacia leyes y políticas que protejan, reparen y garanticen los derechos de las sobrevivientes de la violencia de género en entornos digitales.

La guía ofrece enfoques transversales y seis principios esenciales para transformar los marcos normativos. Está dirigida a quienes trabajan en género, tecnología, justicia, políticas públicas y activismo, y busca aportar claridad, estándares y rutas concretas para reformas sensibles, participativas y con enfoque de derechos.

La versión completa está disponible en inglés (y próximamente en español).

Intervención en la Audiencia Pública sobre el Proyecto de Ley No. 359 de 2025 Cámara – 247 de 2024 Senado, de Colombia

Este proyecto de ley propone adoptar medidas de sensibilización, prevención, protección, reparación y sanción frente a la difusión no consentida de material íntimo de carácter sexual, junto con otras disposiciones complementarias. Nuestra intervención subraya la importancia de integrar una perspectiva amplia de género y de garantizar un enfoque proporcional que fortalezca la protección de derechos sin generar impactos adversos.

Entre cuerpos y códigos: nuevos medios, viejas violencias

La violencia de género, que afecta principalmente a mujeres y personas LGBTIQA+, forma parte de la estructura del capitalismo. Se manifiesta a partir de diversas conductas y atraviesa distintos formatos que van mucho más allá de la violencia física. Históricamente, el control sobre los cuerpos ha sido una de sus expresiones más persistentes. Desde la reproducción forzada de mujeres esclavizadas para aumentar la mano de obra en las colonias, pasando por las altísimas tasas de violencia sexual -entre 2018 y 2022, se registraron más de 800 mil casos de mujeres víctimas de delitos sexuales en nuestra región, la mitad de ellas niñas con menos de 18 años-, hasta llegar a las leyes restrictivas en materia de aborto. De forma constante y sistemática, los cuerpos que no se amoldan a la lógica y la moral patriarcal, ven su autonomía limitada.

No solo el “cómo”, sino también el medio por el cual ocurre esa violación a la autonomía es reinventado constantemente. En las últimas décadas, ante el avance de la digitalización y la penetración de internet en América Latina y en todo el mundo, las tecnologías de información y comunicación pasaron también a ser soporte para esta vieja expresión de desigualdades y violencia de género.

Cuando las tecnologías reproducen el control

En 2016, la organización Coding Rights ya denunciaba fallas de seguridad en las aplicaciones de control del ciclo menstrual (las llamadas “menstruapps”), así como el uso indebido y opaco de los datos registrados por las usuarias para dirigir publicidad de acuerdo con los patrones de sus ciclos, como anuncios de toallitas, copas menstruales o termómetros. En 2020, Brasil presenció además el trágico episodio de una niña de 10 años que, al tener que ser trasladada a otro estado para ejercer su derecho al aborto legal por un embarazo producto de la violación de su tío, fue blanco de manifestaciones de grupos conservadores luego de la filtración de sus datos en redes sociales.

También forma parte de este conjunto de ejemplos lo sucedido en la provincia argentina de Salta, donde salió a la luz un proyecto del gobierno que utilizaba datos personales sensibles para “predecir” embarazos adolescentes. La iniciativa, cuestionada por organizaciones feministas y de derechos digitales debido a los sesgos del algoritmo, evidenció cómo las tecnologías pueden reforzar patrones de vigilancia y control sobre los cuerpos de niñas y adolescentes, especialmente aquellas provenientes de comunidades indígenas o de bajos recursos.

A ello se suman los constantes ataques digitales contra activistas feministas y defensoras de los derechos sexuales y reproductivos en distintos países de la región. En El Salvador, por ejemplo, organizaciones que acompañan a mujeres criminalizadas por emergencias obstétricas fueron objeto de campañas coordinadas de desinformación, acoso y discurso de odio en redes sociales, en un intento por desacreditar su labor y silenciar la denuncia sobre la penalización de la interrupción voluntaria del embarazo.

La desinformación, además, opera como un mecanismo de pánico moral: no solo ataca a quienes defienden derechos reproductivos, sino que instrumentaliza la propia agenda del aborto para generar confusión, miedo y resistencia social. En Paraguay, sectores conservadores difundieron narrativas falsas que vinculaban el Acuerdo de Escazú (un convenio sobre transparencia ambiental) con la supuesta imposición de agendas sobre aborto o “ideología de género”, en un uso estratégico de la desinformación que desvió el debate público y funcionó como cortina de humo, dificultando la discusión de un tratado clave para la protección de defensoras ambientales.

Junto a otras conductas como la difusión no consentida de imágenes íntimas y el stalkerware, estas prácticas son expresión de lo que llamamos violencia de género facilitada por las tecnologías (VG FT).

Del control a la resistencia digital

Pero si la tecnología es parte del problema, también puede -y debe- ser parte de la respuesta. En los últimos años, especialmente los colectivos feministas y LGBTIQA+ se han movilizado para hacer del entorno digital un espacio de resistencia y cuidado. Además de ofrecer servicios como líneas de ayuda para personas víctimas de violencia de género facilitada por las tecnologías, organizan campañas cuya pauta central es la autonomía sobre el propio cuerpo. Dos ejemplos importantes son: el movimiento Ni Una Menos, en Argentina, que desde 2015 articula protestas masivas tanto en las calles como en redes sociales contra los femicidios y las violencias machistas; y el movimiento colombiano Causa Justa, que utilizó estratégicamente plataformas digitales en la articulación del debate público que llevó a la despenalización del aborto por decisión de la Corte Constitucional en 2022.

El avance de la telemedicina para acceder a cuidados reproductivos seguros, como la interrupción voluntaria del embarazo, es otro ejemplo relevante de cómo las tecnologías pueden reforzar el ejercicio de la autonomía. En Brasil, dispositivos pioneros fueron clave para mitigar desigualdades territoriales en el acceso a servicios legales. De manera similar, en México, proyectos piloto demostraron que el aborto con medicamentos acompañado por telemedicina es seguro, eficaz y garantiza privacidad y autonomía para las usuarias. En países con sistemas de salud fragmentados o con profundas brechas territoriales -una característica común a toda América Latina-, estas iniciativas permitieron que más personas accedan a información confiable, acompañamiento profesional y atención oportuna, incluso en zonas donde los servicios presenciales son inexistentes o insuficientes.

La protección frente a las violencias de género facilitadas por las tecnologías

El 25 de noviembre es el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. El hito, instituido por la ONU en 1999, surge de la lucha feminista latinoamericana, en memoria del día del asesinato de las hermanas Mirabal en 1960, quienes se oponían a la dictadura en República Dominicana. En esta efeméride, es esencial recordar que eliminar la violencia de género implica también erradicar las violencias facilitadas por las tecnologías. Además, debe servir como un llamado urgente a fortalecer los marcos legales y las políticas públicas destinadas a enfrentar esta problemática.

Estos marcos deben partir de una perspectiva interseccional y basada en derechos humanos, e ir más allá de la criminalización y la punición de los agresores. Deben integrarse a otros encuadres preexistentes de prevención y protección frente a la violencia basada en género. También deben centrarse en las sobrevivientes y asegurar la capacitación de actores e instituciones para que puedan ofrecer respuestas sensibles y no revictimizantes a todas las personas que hayan sufrido violencias, tal como desarrolla el reporte Combating Technology-facilitated Gender-based Violence under the Lenses of International Human Rights Law, recientemente publicado por Derechos Digitales en alianza con el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). En el documento, analizamos marcos del derecho internacional de derechos humanos y legislaciones de ocho países sobre violencia de género facilitada por las tecnologías, para proponer directrices y caminos para enfrentar este fenómeno.

La lucha por la autonomía sobre el cuerpo y la lucha por la autonomía frente a las tecnologías de la información y comunicación están profundamente interconectadas. Ambas reivindican el derecho a decidir y experimentar entornos libres de acuerdo con esa decisión -ya sea respecto del propio cuerpo, de los datos personales o de la vida digital-. En una sociedad marcada por desigualdades de género persistentes, reconocer esta conexión es esencial para imaginar políticas que realmente protejan y amplíen las libertades y cuidados. Entre cuerpos y códigos, es necesario recordar que las tecnologías no crean las violencias de género, pero sí pueden reproducirlas o transformarlas. Que sigan siendo, entonces, cada vez más, herramientas de emancipación.

Combatir la violencia de género facilitada por tecnologías (VGFT) desde el enfoque del derecho internacional de los derechos humanos

Este documento, realizado con el apoyo de UNFPA, identifica vacíos comunes en distintas jurisdicciones sobre la violencia de género facilitada por tecnologías y sintetiza los principales desafíos conceptuales, estratégicos y legislativos. Elaborado con un enfoque interseccional y centrado en derechos humanos, este trabajo busca orientar futuras reformas legales y de política pública. Su propósito es apoyar a quienes diseñan políticas, investigan o defienden derechos en la construcción de marcos coherentes y garantes para prevenir, atender y reparar la VGFT.

Se encuentra disponible en inglés y pronto tendremos la versión en español.

Deepfakes: cuando las tecnologías promueven la violencia de género digital

Cada vez son más las noticias sobre casos de deepfakes en América Latina. Estas tecnologías, basadas en inteligencia artificial (IA), permiten crear imágenes falsas insertando el rostro de una persona en el cuerpo de otra, simulando situaciones que nunca ocurrieron, muchas veces de carácter sexual. En varios países de la región, se registraron casos particularmente alarmantes en colegios, donde niñas fueron víctimas de sus propios compañeros. Suelen utilizar estas herramientas para generar, compartir e incluso comercializar contenido sexual de sus compañeras. En los últimos años, los medios reportaron este tipo de hechos, principalmente en colegios privados de Perú, Ecuador, Brasil, Chile, Argentina y Guatemala, entre otros. Niños y adolescentes aprenden a explotar la tecnología para vulnerar a sus compañeras, mientras ellas quedan expuestas a una violencia para la que nadie tiene respuestas concretas.

Por su parte, la cobertura mediática sigue un patrón: los casos con mayor visibilidad provienen de colegios privados en zonas urbanas, pero eso no significa que sean los únicos. En un colegio de la Región del Maule, Chile, en una comuna fuera de los grandes centros urbanos, ocurrió un caso similar, por ejemplo. A diferencia de los anteriores, esta noticia no se encuentra fácilmente en internet y fueron las propias adolescentes quienes se vieron obligadas a denunciarlo en redes sociales.

En Latinoamérica, donde la mayoría de los colegios no pertenecen a élites, lo que llega a los medios representa solo una fracción de la realidad. Mientras algunos casos generan indignación, muchos otros quedan en el olvido, y en los contextos invisibilizados, las víctimas no reciben atención ni respuesta institucional.

En esta columna nos proponemos analizar qué rol están cumpliendo las aplicaciones de deepfake en América Latina en la proliferación de nuevas formas de violencia de género digital. A partir de estudios e investigaciones especializadas, indagamos las condiciones que las habilitan y las responsabilidades técnicas, políticas y económicas detrás de su funcionamiento, sin dejar de lado los desafíos urgentes que enfrenta la región para abordarlas.

Investigar el uso de apps de deepfake en América Latina

Los casos en colegios latinoamericanos mencionados evidencian un problema que trasciende lo técnico. La irrupción de este tipo de actos responde a un ecosistema digital que facilita su expansión sin considerar sus consecuencias. Según el informe State of Deepfakes 2023, el 98% del contenido deepfake disponible en línea tiene fines sexuales y el 99% de las personas representadas son mujeres. A esto se suma que el 48% de los hombres encuestados vio este tipo de contenido al menos una vez, y que el 74% no siente culpa por hacerlo.

Frente a esta realidad, grupos de investigación están tomando nota para poder reflejar conclusiones científicas y precisas. Junto a Situada, realicé una investigación para analizar el alcance de estas aplicaciones en la región, las condiciones que lo permiten y cómo su diseño facilita la violencia de género digital.

Para ello, se estudiaron 105 aplicaciones de deepfake publicadas en Google Play (Android), identificadas mediante una herramienta especialmente desarrollada para tal fin, la cual se conectaba a la tienda a través de una API. Gracias a esta conexión automatizada, pudimos recopilar información técnica y descriptiva de cada app, permitiendo observar patrones en su diseño y funcionalidad. El análisis de software suele centrarse en la usabilidad, pero es fundamental evaluar este tipo de tecnología más allá de lo técnico-comercial, desde una perspectiva ética, crítica y feminista.

Red flag: los hallazgos más preocupantes

La investigación de Situada detectó que el 89.5% de las aplicaciones de deepfake representan un riesgo para las mujeres, al facilitar la creación de contenido sexual no consensuado. El análisis reveló una combinación preocupante de factores sociotécnicos, lo cual se refleja en los principales hallazgos del estudio.

Uno de los primeros patrones identificados fue la falta de transparencia en el desarrollo de las apps: el 42.8% no indicaban su procedencia ni en Google Play ni en sus sitios web, dificultando la rendición de cuentas y sus motivaciones. Entre quienes sí reportaban autoría, se encontraron imágenes promocionales sexualizadas que refuerzan la objetivación de las mujeres. Además, se constató una clara brecha de género en los equipos que desarrollan estas apps, que refuerza la persistente falta de diversidad en el sector tecnológico.

Los hombres -especialmente del Norte Global- históricamente dominaron la innovación tecnológica, excluyendo las experiencias y necesidades de las mujeres. Esta dinámica fue ampliamente estudiada por autoras feministas que analizan cómo el diseño y la producción tecnológica reproducen desigualdades estructurales. Entre ellas, Judy Wajcman aportó conceptos clave en su libro “Tecnofeminismo”, donde explora cómo el desarrollo técnico está atravesado por relaciones de poder. Informes recientes de la UNESCO y Randstad confirman que menos del 30% de las personas que trabajan en IA son mujeres. Esta exclusión no responde solo a la falta de acceso o a las habilidades, sino a una cultura técnica masculinizada que condiciona lo que se diseña, para quién y con qué propósito.

Otro aspecto crítico identificado fue la clasificación que Google Play otorga a las aplicaciones. Esta tienda exige que todas las apps cuenten con una etiqueta de edad, asignada a través de un sistema gestionado por la Coalición Internacional de Clasificación por Edad (IARC por sus siglas en inglés). Para ello, los desarrolladores deben completar un formulario autodeclarativo y, en función de sus respuestas, se determina la categoría correspondiente (por ejemplo, “Mayores de 17 años”). Sin embargo, este mecanismo depende exclusivamente de la honestidad de quienes publican las apps. No hay verificación activa del contenido real de las aplicaciones. El análisis mostró que el 65.7% fueron clasificadas como “Apto para todo público”, pese a que se usan para la creación de contenido sexual no consentido. Clasificaciones que deberían proteger a las personas usuarias, terminan validando tecnologías dañinas bajo rótulos engañosos.

También se evidenció cómo estas herramientas operan bajo un modelo de negocio centrado en la rentabilidad. El 67.6% requiere un pago para desbloquear funciones principales y, aunque algunas ofrecen pruebas gratuitas, restringen la descarga hasta que se pague, incentivando la compra. Este modelo prioriza la rentabilidad por encima de cualquier principio ético, facilitando la explotación digital de los cuerpos de las mujeres. A esto se suma su facilidad de uso: el 96.2% fueron calificadas como intuitivas, incluso accesibles para personas sin experiencia técnica o dominio del idioma, lo que amplía su adopción.

Por otro lado, el análisis demostró que estos servicios en línea incorporan funciones que simulan besos o abrazos, normalizando la idea de que las mujeres pueden ser expuestas en situaciones íntimas sin su consentimiento. En los anuncios de estas aplicaciones, es común ver representaciones forzadas, casi siempre protagonizadas por un hombre, que utiliza una foto propia junto con la imagen de una mujer, reforzando dinámicas de control. Además, el uso de plantillas predefinidas contribuye a su hipersexualización: las opciones femeninas abundan en categorías como “Hot Bikini”, “Latex”, “Sexy Girl” o “Body Latino” (reforzando estereotipos fetichistas sobre las mujeres latinas), mientras que las plantillas masculinas son escasas y neutras.

Por último, las empresas detrás de estas aplicaciones eluden su responsabilidad legal a través de avisos en los que prohíben el uso de material no autorizado, pero dejan la ejecución en manos de la persona usuaria. Este hallazgo refleja que la estrategia legal no impide el daño, pero sí protege a las compañías que se benefician económicamente con estas prácticas. Al trasladar la carga moral exclusivamente a quien las utiliza, las empresas evaden su responsabilidad ética como diseñadoras de tecnología con impactos previsibles.

Una tendencia global reflejada en América Latina

Las conclusiones de esta investigación se inscriben en una tendencia global, de la cual América Latina no es ajena. Diversas organizaciones de la sociedad civil vienen advirtiendo que tecnologías como la deepfake forman parte de una creciente ola de violencia de género digital. En un informe reciente presentado a la ONU, desde Derechos Digitales, junto a otros grupos, señalamos que estas prácticas silencian voces y limitan la participación pública.

En la misma línea, Coding Rights documentó cómo ciertos servicios basados en IA imponen visiones patriarcales y coloniales sobre los cuerpos y decisiones de niñas y adolescentes en nuestra región. De forma similar, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) viene alertando sobre el uso de deepfake con fines de extorsión y humillación sexual, advirtiendo la ausencia de políticas regionales para enfrentar esta problemática.

En el plano legal, luego de recopilar casos de deepfake porn, activistas como Olimpia Coral insisten en que “la ley es insuficiente” y que es urgente capacitar a policías y fiscales para comprender estas tecnologías y atender adecuadamente a las víctimas. La evidencia también se manifiesta en el ámbito político. Un estudio de Fundación Karisma, en colaboración con ONU Mujeres, centrado en las elecciones legislativas de 2022, concluyó que la manipulación de información -incluyendo imágenes trucadas (deepfake) y suplantaciones- se convirtió en una forma de violencia digital contra candidatas mujeres. 

En conjunto, estos informes coinciden en lo que la investigación de Situada evidencia a nivel regional: las tecnologías de IA, cuando se desarrollan sin responsabilidad ética ni supervisión pública, reproducen violencias históricas hacia las mujeres

Neutralidad falsa: tecnologías que perpetúan la violencia de género 

Los resultados de estos análisis son alarmantes, pero no se comparan con el impacto en las mujeres afectadas. Mientras estas aplicaciones generan ganancias, las mujeres y niñas ven sus imágenes manipuladas y difundidas sin su consentimiento. Algunas temen salir de sus casas, otras sufren ansiedad y depresión, o son extorsionadas y revictimizadas por quienes minimizan el daño bajo la excusa de que “es solo IA” o “no es real”, ignorando que lo online tiene consecuencias en la vida offline.

Esta masificación no puede desvincularse de una economía de la conectividad que premia lo viral y convierte la exposición en capital. El número de descargas legitima estas prácticas como aceptables, invisibilizando sus impactos dañinos. Lo que ocurre en este mercado digital constituye una prolongación de la lógica patriarcal que trata los cuerpos de las mujeres como bienes disponibles para el deseo ajeno. Es una forma estructural de violencia donde la cosificación reduce a la mujer a objeto sexual y anula su agencia al servicio del placer masculino.

Plataformas como Google Play legitiman este ecosistema al permitir la circulación masiva de tecnologías que posibilitan agresiones simbólicas y sexuales sin consentimiento, bajo esquemas comerciales lucrativos. Responsabilizar únicamente a las personas usuarias es insuficiente. Se requiere cuestionar el sistema técnico, económico y normativo que habilita estas violencias.

El desafío no es solo denunciar, sino repensar la tecnología desde su raíz: reconocer que toda herramienta implica decisiones morales y políticas. Afrontar esta problemática requiere respuestas coordinadas: regulaciones con enfoque de género que obliguen a las plataformas a retirar contenidos no consentidos, y compromisos empresariales de transparencia que incorporen evaluaciones de impacto ético antes de publicar herramientas que puedan ser usadas para dañar. También es necesario avanzar en medidas de reparación integral para las víctimas, incluyendo apoyo psicosocial, acompañamiento jurídico y garantías de no repetición. Finalmente, promover una alfabetización digital crítica -especialmente entre jóvenes- puede prevenir estos usos violentos y construir una cultura digital basada en el respeto y el consentimiento. Avanzar hacia políticas públicas con perspectiva interseccional feminista y prácticas de desarrollo ético es una urgencia para garantizar que la innovación no se construya a costa de la dignidad de las personas.

La resiliencia digital del arcoiris

En medio de un mundo convulsionado por la irrupción de la IA, las personas intentan aprovechar los beneficios que estos avances tecnológicos pueden brindar pero, a la vez, buscan lidiar con aquellas consecuencias negativas que ese mismo uso puede traer, y que en ocasiones aún ni podemos identificar. Entre ellos, uno de los problemas que se ha profundizado y mutado es el de la Violencia de Género Facilitada por las Tecnologías (VGFT). Estudios de la ONU, y de personas especialistas en el tema, ya demuestran el impacto diferencial de ciertos procesos tecnológicos sobre determinados sectores sociales, grupos en situación de vulnerabilidad que pagan mucho más caro las amenazas del ámbito digital, entre los que se encuentran las mujeres y las personas de la comunidad LGBTIQA+.

Si bien las tecnologías históricamente han servido como espacio de refugio y red para los colectivos de la diversidad, hoy observamos un estrepitoso auge de los discursos de odio, hipervigilancia, persecución, acoso y violencia digital que sufren a diario estas poblaciones. ¿Cuáles son los desafíos que enfrentan ante este nuevo terreno digital hostil? ¿Qué estrategias construyen las organizaciones latinoamericanas para resguardar al colectivo LGBTIQA+ y aprovechar las tecnologías en su favor?

Resurgimiento de los discursos antiderechos

Antes de poner la lupa sobre el entorno digital, repasemos lo que las renovadas derechas de nuestro continente vienen expresando en relación a los derechos LGBTIQA+. El retorno de Trump a la Casa Blanca vino con una nueva propuesta para la derecha global: la batalla cultural radical contra lo que ellos denominan “agenda woke”. El actual gobierno de EE. UU. cerró todos los programas estatales de diversidad, equidad e inclusión (DEI) del gobierno federal, destinados principalmente a las minorías, entre otras políticas sustanciales.

Para los nuevos -viejos- paladines de los valores morales y la familia tradicional, la educación sexual en las escuelas es adoctrinamiento, el cupo laboral trans es un privilegio, el lenguaje inclusivo es una aberración para la lengua. Con esa narrativa justifican el cierre de políticas públicas e instituciones enteras y se pasean por conferencias internacionales con discursos cargados de odio contra personas LGBTIQA+.

Así lo vienen expresando los gobiernos de ultraderecha de Argentina y El Salvador. En el marco del último Foro Económico Mundial, el presidente Javier Milei, vinculó lo que catalogó como “versiones extremas de la ideología de género” con el abuso infantil. Desde que inició su gestión, Argentina está experimentando un rápido retroceso para los derechos de las mujeres y personas LGBTIQA+. Por su parte, pocos días después de asumir el poder, Nayib Bukele eliminó la Dirección de Diversidad Sexual, y en su participación en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) de 2024, dijo: “Es importante que la currícula no lleve ideología de género”.

Sin embargo, estos escenarios regresivos no se circunscriben a países con gobiernos autoritarios de derecha. Según el Instituto Raza & Igualdad, el asesinato de personas por su orientación sexual o identidad de género es una realidad en Latinoamérica, al punto que la región se ubica como la más peligrosa en el mundo para personas trans. En ese contexto, Brasil, México y Colombia, gobernados por coaliciones progresistas y de izquierda, son los países con mayor número de casos, según el Trans Murder Monitoring. Por ejemplo, la regional América Latina y Caribe de ILGA determinó en un informe que en Brasil se asesina a una persona LGBTIQA+ cada 34 horas.

Entre las tendencias del informe anual 2024 de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), se señala que, durante el año pasado, “los desafíos particulares que enfrentan las personas y grupos que padecen discriminación histórica y sistemática se intensificaron”. En particular, registran un aumento de discursos de odio, desinformación y cuestionamiento de los derechos de las personas LGBTIQA+ y mujeres, entre otros sectores sociales.

Narrativas digitales de odio

Las personas LGBTIQA+ en América Latina enfrentan diversas problemáticas en el entorno digital, que van desde la violencia en línea hasta la vulneración de datos personales, pasando por otras modalidades que configuran un escenario hostil, en lo que históricamente ha sido un espacio de red y refugio para esta comunidad.

Antes de repasarlas, hablemos de la brecha digital de géneros. Según la lista elaborada por la Internet Society sobre las tarifas de internet móvil, ocho de los diez países con los precios más elevados están en América. Más allá del costo del servicio, nuestra región cuenta con amplios territorios rurales o semiurbanos, donde se carece de energía eléctrica, así como del equipamiento de banda ancha necesarios para lograr cobertura de red. El reporte de ILGA “Acceder a la conexión: cerrando la brecha digital de las comunidades LGBTI en el mundo”, identifica que en América Latina la falta de infraestructura de red afecta especialmente a las personas LGBTIQA+, muchas de las cuales también se ven marginadas por su raza y/o condición de pertenencia a la población indígena.

La violencia digital contra las personas LGBTIQA+ viene en aumento en redes sociales como X, Facebook y YouTube, según la investigación de ILGA. Además, señala que este colectivo es más vulnerable a sufrir daños en línea que sus pares heterosexuales y cisgénero. Pero, ¿qué hacen las plataformas para regular estas agresiones y promover mayor inclusión y seguridad? Hacen poco o nada; e, incluso, en sintonía con la agenda conservadora global, permiten que estos comportamientos violentos se extiendan.

Tras los anuncios de Zuckerberg a inicios de 2025, los usuarios de las plataformas de Meta pueden denominar a personas gays o trans como “enfermos mentales”, sin restricciones. Una investigación brasilera demuestra que las personas usuarias de TikTok que se identifican como no binarias se han visto especialmente afectadas por la aplicación de las normas de las plataformas en América Latina. Las políticas de contenido y los términos de servicio tienen un impacto diferencial en su privacidad, autonomía, libertad de expresión y derechos sociales, económicos y reproductivos. Por otra parte, las principales conclusiones del “Índice de seguridad en las redes sociales” de este año, indican que las recientes revocaciones de las políticas contra el discurso de odio en Meta y YouTube representan graves amenazas para la seguridad de las personas LGBTIQA+; y que las plataformas suprimen desproporcionadamente el contenido de los colectivos de la diversidad mediante la eliminación, la desmonetización y el shadowbanning.

Para completar el diagnóstico, es importante destacar que esta población también sufre de manera desproporcionada la persecución e hipervigilancia digital, también conocida como “vigilancia queer”. Hoy es difícil que la huella digital contemple el anonimato de las y los internautas, lo que expone aún más a las comunidades LGBTIQA+ en relación con su privacidad y datos personales en la interacción digital. Los perfilamientos en redes sociales a partir de la identidad de género, no sólo se utilizan con fines comerciales y publicitarios, sino que también pueden ser una herramienta de los Estados para la vigilancia y criminalización de determinados grupos sociales.

Internet pintada con todos los colores

Si bien las personas y colectivos LGBTIQA+ reconocen estas problemáticas y sus impactos negativos, no están dispuestas a abandonar internet, sino más bien adaptarse a los tiempos que corren y construir la resiliencia digital que el contexto requiere. En la actualidad, tanto organizaciones feministas y de la diversidad, como colectivos por los Derechos Humanos en internet, se articulan y trabajan para crear espacios y herramientas que acompañen a estas comunidades a transitar de manera más justa, inclusiva y segura el ecosistema digital.

Derechos Digitales publicó una investigación que documenta la labor de tres líneas de ayuda en materia de seguridad digital operando en América Latina: el Centro S.O.S Digital de Fundación InternetBolivia.org en Bolivia, Maria d’Ajuda de Marialab en Brasil y Navegando Libres por la Red de Taller Comunicación Mujer en Ecuador. Además, a través de los Fondos que brinda la organización, se fomentan iniciativas que buscan generar resiliencia digital en los colectivos feministas y LGBTIQA+ de nuestra región, como por ejemplo un proyecto desarrollado por LatFem basado en cuidados digitales para ejercer más y mejor periodismo feminista.

Existen también plataformas digitales destinadas a documentar y archivar la historia de las diversidades, como son el Recursero Trans y el Archivo Trans de Argentina, el Colectivo Pedrina de El Salvador, el Archivo de la Memoria Transmasculina de México, y el Archivo de la Memoria Marica del Perú, así como varios proyectos de registro que fomenta el área LGBT+ de Wikimedia en plataformas abiertas. Asimismo, proliferan los medios de comunicación digitales con perspectiva feminista que prestan especial atención a la actualidad y agenda de la diversidad. Entre ellos podemos mencionar a la agencia Presentes, GenderIT.org, Volcánicas, Portal Catarinas, Wambra, Muy Waso y Altavoz LGBT+.

Con el fin de fomentar la seguridad digital de las personas y activistas LGBTIQA+, varios colectivos impulsan guías y recomendaciones: Libres y Segures de TEDIC en Paraguay, Guía de Defensa Contra la Violencia Digital de R3D e Impunidad Cero en México, y Nos Mantenemos Seguros: Guía de Seguridad Digital LGBTQ de GLAAD. Además, en la región se construyen plataformas que permiten realizar estadísticas, cifras y mapeos sobre la violencia digital contra personas de estas comunidades, como Sin Violencia, El Observatorio de Violencias LGBTIQ+ de ILGA LAC, o el Informe Anual de Derechos Humanos de la Diversidad Sexual y de Género de MOVILH Chile.

Una red inclusiva y diversa es posible

Las experiencias e iniciativas dan cuenta de una actividad dinámica y esperanzadora en lo que podríamos llamar la resiliencia digital del arcoiris. Valores históricos de la comunidad LGBTIQA+ como la solidaridad, el autocuidado colectivo, la red y la empatía, se ponen en juego también en la esfera de internet. Si bien podemos observar un giro hacia la privacidad que parece contrario a la disputa de visibilidad del movimiento, lo cierto es que las estrategias de privacidad resultan, en este contexto, una de las pocas herramientas con las que cuentan para evitar el expolio de los datos personales, y la conformación de perfiles de internautas, que implica también riesgos de vigilancia y control por fuerzas de seguridad estatales y grupos extremistas.

Pero está claro que sólo con los esfuerzos de la sociedad civil no alcanza. Se necesitan marcos regulatorios a nivel global, regional y nacional, que protejan a estos grupos en situación de vulnerabilidad y erradiquen la violencia de género digital. Los sesgos de los algoritmos y la IA se alimenta de discriminaciones y estereotipos históricos contra las minorías. Precisamos de enfoques interseccionales para abordar estos peligros, y compromisos concretos de las compañías de tecnologías para que internet vuelva a ser un espacio de fomento de los Derechos Humanos, y no todo lo contrario.

Muchas personas y activistas LGBTIQA+ abandonan las redes, o disminuyen su interacción en línea, por miedo. Es imprescindible el fomento de políticas públicas y reglas claras y transparentes para el funcionamiento de las plataformas, para que todas las personas, sin importar su identidad de género, puedan sentirse seguras en la red. Porque no volveremos al closet nunca más, ni en las calles, ni en internet.

Contribución al informe sobre los defensores de los derechos humanos que trabajan sobre el cambio climático y una transición justa

En el marco de la convocatoria de la Relatoría Especial de la ONU sobre personas defensoras de derechos humanos, presentamos junto al Instituto Nupef y TEDIC una contribución en la que abordamos cómo el uso de las tecnologías de las TIC puede combatir o agravar los riesgos que enfrentan defensoras del medio ambiente. En el documento, destacamos los temas de acceso significativo a Internet, amenazas a la integridad de la información y seguridad digital, ilustrándolos a partir del caso brasileño de las quebradoras de coco babasú.

Del miedo al autocuidado digital: derechos digitales para niñas en las TIC

¿Alguna vez te has sentido confundida al escuchar cómo las grandes corporaciones usan nuestros datos? ¿O te ha pasado que alguien te diga “no tengo nada que ocultar, así que no me importa lo que sepan de mí”? Proteger nuestra privacidad y seguridad digital no se trata solo de ocultar información, sino más bien de ejercer el derecho a decidir qué compartimos, con quién, cuándo, dónde y para qué, conociendo los riesgos y sin tener miedo a represalias.

Hoy más que nunca, en un mundo cada vez más digitalizado, necesitamos reflexionar sobre nuestro rol como mujeres usuarias, creadoras y defensoras de un entorno virtual más seguro. Repasar nuestras trayectorias de cuando éramos más pequeñas, y ver también cómo viven hoy las infancias su vínculo con las tecnologías. Y qué mejor fecha para reflexionar al respecto que el 24 de abril: Día Internacional de las Niñas en las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). Esta efeméride, impulsada por la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) desde 2011, busca generar espacios que inspiren a niñas y adolescentes a explorar el mundo de la tecnología, no solo como consumidoras, sino como protagonistas de su transformación.

A pesar de estar viviendo en una era hiperconectada, el acceso, la participación y la representación en el ámbito digital siguen denotando profundas desigualdades de género. En el reporte de la UNESCO sobre STEM y género se menciona que solo el 35% de quienes estudian estos temas son mujeres y que menos del 30% de quienes ocupan puestos de investigación en ciencia son mujeres. Además, las mujeres ocupan apenas el 22% de los empleos en inteligencia artificial, uno de los sectores con mayor crecimiento y proyección a futuro. Según el reporte “Las mujeres en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas en América Latina y el Caribe” de ONU Mujeres, esto responde a múltiples factores, como desde edades tempranas niñas y adolescentes enfrentan estereotipos de género; por ejemplo, 9 de cada 10 niñas entre 6 y 8 años asocian las matemáticas, la programación y/o la ingeniería con habilidades masculinas, lo que afecta directamente su confianza para explorar estas áreas.

Muchas mujeres hemos crecido con la sensación de que la tecnología no está hecha para nosotras y nos sentimos ajenas a un mundo dominado por figuras masculinas, lenguajes técnicos inaccesibles y espacios que rara vez se preocupan por incluir otras voces. Para mujeres, niñas y diversidades, entender cómo proteger nuestros datos, cómo navegar con conciencia y cómo evitar riesgos en línea es una forma de resistencia frente a las violencias digitales, la vigilancia y la exclusión. Estas habilidades pueden parecer pequeñas, pero marcan una gran diferencia en la forma en que habitamos lo digital. Dejar de lado el miedo paralizante y reemplazarlo por curiosidad, información y práctica, es uno de los pasos más potentes hacia una resiliencia digital.

Los riesgos digitales para niñas y mujeres jóvenes incluyen la exposición a contenidos violentos o inapropiados, que pueden afectar su salud mental y emocional; el contacto con personas peligrosas, como depredadores que se hacen pasar por amigos o pares; y la inseguridad digital, que desalienta a muchas niñas a participar activamente en tecnología y limita su desarrollo profesional. Por eso, es esencial enseñar y promover conocimientos de auto cuidado digital, como lo hace la guía de cuidados básicos Security in a Box que nos enseña a usar contraseñas seguras y distintas. Verificar siempre con quién se está hablando, utilizar herramientas de protección. La guía Mozilla Privacy not Included sobre el nivel de privacidad y seguridad de distintos dispositivos y aplicaciones del mercado también es de mucha utilidad. Y por último, y no por eso menos importante, pedir ayuda cuando algo incomoda: eso también es cuidarse.

Nunca más una tecnología sin nosotras

Incluir a niñas y mujeres jóvenes en las TIC más allá de un rol de usuarias no es solo una cuestión de números, sino de transformaciones profundas. El actual modelo de desarrollo tecnológico tiende a reproducir desigualdades, mientras no haya diversidad y perspectiva de género en las personas que diseñan estas tecnologías, corremos el riesgo de que los productos que usamos todos los días (desde apps hasta sistemas de inteligencia artificial) perpetúen sesgos, invisibilicen necesidades específicas y vulneren derechos.

La subrepresentación femenina en estos campos ha sido una de las razones por las cuales muchas no nos hemos animado a entrar en este mundo. Probablemente no conozcamos de mujeres en estos campos hasta que estamos muy dentro. Reconocer historias como las de Ada Lovelace, Reshma Saujani, María Emilia Alcalde, Yordanos Genanaw o Meredith Whittaker es fundamental para derribar el mito de que “las mujeres no son aptas para la tecnología”. Ellas son solo algunas referentas en las tecnologías, pero la lista puede ser mucho más larga. En efecto, recientemente con motivo del 8M Derechos Digitales lanzó una campaña en redes visibilizando a mujeres que han transformado el mundo digital bajo la consigna: ¡La tecnología y el espacio digital no es lo que sería hoy sin nosotras!

Y entonces asoma la pregunta que tanto incomoda, pero que nos interpela directamente: ¿qué podemos hacer todas nosotras desde donde estamos para achicar la brecha de género digital? Podemos fomentar la alfabetización digital con enfoque de género en centros educativos y comunidades. Debemos exigir políticas públicas que garanticen el acceso equitativo a internet y formación TIC. Acompañar la creación de espacios de mentoría entre mujeres que ya están en el sector y nuevas generaciones. Visibilizar referentas femeninas en tecnología desde la infancia. Y, fundamentalmente, promover leyes y marcos normativos que garanticen la seguridad digital, el derecho a la privacidad y el acceso libre y ético a la información para todas las mujeres y niñas del mundo.

Para poder acompañar ese proceso de fortalecimiento de derechos digitales en niñas y mujeres, existen herramientas útiles de organizaciones sensibles con estos temas para empezar desde temprana edad. Por ejemplo Girls Who Code y Ada’s List, colectivos que ofrecen talleres y ofertas laborales para jóvenes interesadas en informática. También contamos con varios entornos educativos online que enseñan cómo programar mediante una interfaz gráfica intuitiva. Tal es el caso de Scratch, Code.org o Alice, por nombrar algunos. Además, está disponible Raspberry Pi, un dispositivo de bajo costo que permite a las personas usuarias construir y programar su propia computadora. Por último, la reciente investigación de Derechos Digitales, en colaboración con María Lab, Taller Comunicación Mujer e Internet Bolivia, “Líneas de ayuda para atender casos de violencia de género en línea: Monitoreos y tendencias en Bolivia, Brasil y Ecuador” también ofrece herramientas de asistencia y acompañamiento para afrontar situaciones violentas en internet.

La transformación digital que necesitamos no puede darse sin justicia social, sin enfoque de género, ni tampoco sin derechos humanos. Y tampoco debe suceder dejando fuera a nuevas generaciones con el potencial de ser protagonistas del desarrollo tecnológico en nuestra región. Es hora de dejar de ver la tecnología como un fin en sí mismo, y comenzar a pensarla como una herramienta para construir sociedades más justas y equitativas, para todas las edades. Garantizar hoy el derecho de una niña a un uso consciente y seguro de la tecnología es abrirle el camino para liderar el mundo del mañana.