Internet: un espacio político para nosotras

El 7 de marzo abrí Google. En esa caja vacía que da respuesta a mis preguntas infinitas escribí “por qué las mujeres…” y antes de terminar, el sistema me ofreció varias posibilidades. No me gustó así que hice un segundo intento: “mujeres negras”. Enter. Los primeros resultados son videos de Youtube: Mujer negra hermosa. Diosa de chocolate. Días después puse el screenshot de mi primera búsqueda, junto con una reflexión sobre la infraestructura de las plataformas de internet donde nos conectamos: el código, el diseño, los servidores, la gente.


Usé la frase “hombre blanco de Silicon Valley”, no creo que desafortunadamente, pero sostengo que la tecnología no es neutral y definitivamente han sido este tipo de hombres quienes, de una parte, han generado la información que se procesará en los algoritmos, y de otra parte, quienes conforman a la mayoría de los internautas. En internet hay más hombres que mujeres y además casi todo el contenido de la red ha sido generado en inglés y desde el Norte Global.

Una vez arriba el tuit, me impresionó la cantidad de respuestas que obtuvo por parte de perfiles masculinos explicándome e insultándome, asumiendo que no sé porque soy mujer. Si tienen tiempo, les invito a revisar la cadena de respuestas. De todos modos, aprovecho para decir que no son solo las expresiones violentas en línea lo que afecta a millones de mujeres en América Latina. También el diseño y la programación de las plataformas a través de las cuales nos conectamos: internet es un espacio creado por y para hombres.

Había publicado en Vice un artículo que explicaba de dónde viene mi idea. Sin embargo, en el proceso de edición el texto quedó corto y un tanto reduccionista. Por eso replico el borrador original aquí, para seguir teniendo esta conversación sobre infraestructura: necesitamos a más mujeres en tecnología. Necesitamos crear un ambiente propicio y agradable para ello. Mientras exista desigualdad offline, internet va a replicarla. La violencia de género digital requiere cambios estructurales y sociales.

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La violencia de género en línea es la consecuencia de los estereotipos de género que hemos aprendido tradicionalmente. En redes sociales, las mujeres no podemos hablar de deportes, de política o de tecnología. ¿Qué vamos a saber si esas son “cosas de hombres”? Hay que limitarnos a hablar de bebés, de moda, de decoración o de cocina. Hay que ser “recatadas, prudentes y buenas”. No vaya a ser que provoquemos.

A las mujeres que opinamos de esas cosas “que no nos incumben”, o quienes disfrutamos de nuestra sexualidad de forma libre a través de la tecnología, se nos responde con violencia. Es un castigo social para mantener a raya a las mujeres disidentes que salen de sus roles.

Las respuestas desde las comunidades feministas han ido desde la exposición pública de los acosadores hasta la investigación, la documentación, la concientización sobre nuestra privacidad y seguridad; hasta la creación de redes de apoyo y la lucha por cambiar términos y condiciones en las plataformas de internet.

Sin embargo, el problema es estructural: tenemos que pensar en estrategias que no sean reactivas sino que nos puedan proyectar al futuro que queremos. Una internet feminista en su diseño y programación. Una internet que sea un espacio seguro para todas y todos. En la que podamos soñar, imaginar y configurar nuestras propias tecnologías sin depender de aquellas que han sido creadas por el poder y la dominación masculina. No se trata de “parchar” los esquemas actuales de las compañías de Silicon Valley, cuyo diseño busca maximizar sus ganancias comerciales y monetizar a las personas porque en el nuevo capitalismo digital, los datos son dinero, y nosotras somos datos.

La primera persona en programar una computadora fue Ada Lovelace en 1842. Hasta hace algunos años, programar era una actividad en la que un alto número de mujeres participaban. Sin embargo, el panorama hoy es muy diferente. Tan solo en México, solo el 10% de las mujeres estudian una carrera relacionada con ingeniería o computación. Así como nos corresponde hablar de moda, cocina y bebés, modificar la tecnología es considerado “una cosa de chicos”.

Necesitamos más mujeres en la tecnología porque el diseño de las herramientas de Internet también importa. Esta es la infraestructura, son las tuberías de una casa y que nunca vemos, hasta que se rompen: cables, servidores y protocolos, la arquitectura, el código y el diseño. Si lo vemos críticamente, estos sistemas revelan cómo el poder y el privilegio se normalizan en los sistemas técnicos que permiten que nos conectemos. Estos códigos son, hasta hoy, masculinos.

Una postura proactiva frente a la tecnología implica entender lo estructural que está detrás de ella: tomar control de nuestras herramientas usando, creando y manteniendo nuestros propios canales de comunicación e infraestructuras. Podemos ser más que meras consumidoras de tecnología, y mucho más que los productos de intercambio dentro de las mismas. Podemos entender internet como un espacio público y político transformador. Crear y experimentar con tecnología utilizando herramientas y plataformas de fuente abierta, que se opongan a la lógica privada que el poder económico impone hoy.

Un primer paso para lograr esto, es solucionar una desigualdad básica: la brecha de las mujeres en la tecnología. El reto más grande son los estereotipos que nos programan para pensar que servimos para cosas distintas. La tecnología es mucho más que un conocimiento técnico, es una cuestión política. Estar fuera de lo digital es perder agencia para intervenir, conseguir trabajo, informarnos, comunicar, movernos y vivir.

Las ecuatorianas Carla y Fernanda Sánchez, de la web Empoderamiento de la mujer lo explican bien: “el conocimiento y acceso a la tecnología todavía es predominantemente masculino y elitista, lo que corrobora que las mujeres, principalmente las de escasos recursos, continúen excluidas del mundo digital, y por lo tanto, experimenten una mayor exclusión social y económica en una sociedad cada vez más informatizada”.

El concebirnos como creadoras es dar un giro radical a la idea de consumo que hoy cruza nuestra experiencia en Internet. No somos productos. No somos objetos pasivos. Podemos incidir. Cuestionar la infraestructura es cuestionar el diseño de la tecnología en la que se plasman las desigualdades. Colectivos como Kéfir y Vedetas experimentan y cuestionan los códigos y diseños de internet montando sus propios servidores, haciendo sus propias aplicaciones, creando redes, administrando nodos que den conexiones seguras, aprendiendo y enseñando de forma distinta:

“Nuestras acciones no están guiadas por el afán de que más personas, más mujeres, más cuerpos se conecten con la tecnología digital, porque reconocemos que algunas ni siquiera tendrán acceso real a ella -o quizás no quieran tenerlo. (…) Incorporamos identidades diversas (femeninas, negras, trans, no binarias) de lucha, con una carga histórica en Latinoamérica, la de ser servidoras. Comprendemos en ello la posibilidad de establecer resistencias, y la equidad social y económica que nunca nos fue dada. La posibilidad de cruzar fronteras, crear nuevas alianzas y, como servidoras en un contexto más tecnocrático, ser maestras en tecnologías y conocimientos forjados por nosotras mismas, y no meros reflejos de lo que observamos”. – Manifiesto improvisado y crudo escrito a cuatro manos por Nanda de Vedetas, una servidora brasileña transhackfeminista, y Nadège de Kéfir, una cooperativa feminista de tecnologías libres.

¿Podría un diseño y una lógica distinta crear espacios que no sean de violencia? ¿Qué pasa si modificamos de raíz la noción de género que nos dice que las mujeres no creamos tecnología? ¿Qué cambio generaríamos a nivel colectivo cuando entendamos que no somos útiles de consumo al servicio de empresas privadas? ¿Si nos metemos en el diseño de la red hasta huesos? No es solo la violencia de género digital. Es también el diseño y la programación de las plataformas a través de las cuales nos conectamos. Internet puede dejar de ser un espacio de hombres si cuestionamos las estructuras de poder que a primera vista son invisibles.

Suena utópico y lejano, pero la misma idea de internet lo fue también en sus inicios. Sí es posible imaginar un mundo y una internet distinta, en la que nuestra relación con la tecnología sea como iguales. Una red en la que la privacidad y el total control de nuestros datos sean un principio fundamental para construir espacios seguros. En la que la tecnología se rija bajo los principios de autonomía que deberían también aplicar para nuestros cuerpos: nuestras reglas, nuestros dominios, nuestra libertad.

En las calles y en las redes, nosotras paramos

Hace poco más de un año nos sumamos a #DDoW la negación distribuida del servicio de las mujeres en tecnología, para reconocer que la lucha por los derechos humanos en internet no se limita a lo que pasa en línea, sino que incluye lo que está detrás, en toda la cadena de producción. Al mismo tiempo nos preparábamos para acompañar la #HuelgaFeminista internacional del 8 de marzo de 2017, que este año se repite: mujeres de todo el mundo nos organizamos para gritar a una voz ¡si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras!

Este grito reúne diversos reclamos y por eso resuena en las calles y en las redes, evidenciando que hoy no existe una frontera entre lo que ocurre dentro y fuera de línea: las tradicionales violencias de los espacios íntimos y las normalizadas exclusiones de los espacios públicos y de poder se han instalado en las infraestructuras de telecomunicaciones, en los códigos y en los contenidos de internet. Nos han hecho creer que nuestras voces no tienen derecho a estar presentes en las discusiones, que nuestro ingenio no aporta especialmente al desarrollo tecnológico, y que nuestras capacidades aprendidas en el seno del hogar se pueden seguir aprovechando allí, en los terrenos oscuros -y nunca propios- de la producción en serie.

Sin embargo, olvidan que internet no es posible sin alguien a cargo del cuidado de los espacios domésticos y de sus recursos humanos. Olvidan que en el centro de las tecnologías digitales se encuentran saberes aprendidos de nuestras madres y abuelas. Olvidan que desde siempre ha habido mujeres trabajando allí, fabricando minúsculas piezas que, ensambladas, hacen posible la transmisión de datos a grandes velocidades. No hemos estado quietas las mujeres, por eso hoy el mundo se detiene si nosotras paramos.

En México, las trabajadoras de la industria electrónica paran porque no ganan lo suficiente para mantener a sus hijos, porque en los espacios laborales hay acoso sexual, porque las condiciones de contratación están lejos de ofrecer estabilidad, porque se niega el derecho al trabajo de quienes están embarazadas y porque las condiciones laborales, en vez de mejorar, son cada vez más precarias. Pero ellas no son las únicas y tampoco están solas.

En Argentina han creado este mapa para sumar y localizar acciones. En Guatemala conmemoramos no solo las luchas de las mujeres trabajadoras, sino la vida de las niñas que fueron asesinadas por la negligencia estatal hace exactamente un año, y cuyo crimen se encuentra en la impunidad. Por eso dicen, y decimos con ellas, que #NosDuelen56+1; en Ecuador denuncian la situación de miles de niñas invisibles quienes antes de los 14 años han sido madres; en Bolivia han preparado esta guía anti-acoso digital para que no te alejes de las redes; en el sur de México, miles de mujeres han atendido al llamado del EZLN para el Encuentro de mujeres que luchan y en muchos otros lugares estamos llenando las calles y las plazas, confrontando a la policía y defendiendo nuestro derecho a una vida digna, a una voz propia, a un acceso efectivo a derechos y libertades humanas.

Allí donde una mujer es obligada a callarse cientos alzamos la voz; donde una es asesinada miles renacemos como semilla. Hoy #NosotrasParamos porque no queremos tolerar #NiUnaMenos, porque #VivasNosQueremos y estamos dispuestas a trabajar a diario por eso. Este #8M la marcha es mundial y las fuerzas locales están unidas, la #HuelgaInternacionalFeminista ocupa internet y en todos los rincones de América Latina sumamos a los reclamos de cada una. Estamos seguras que no es suficiente pero seguimos trabajando, y en la tecnología construyendo espacios comunes y propios para nosotras.

25N: construir una internet sin violencia

La violencia de género en línea es un continuo que existe junto al contexto heteronormativo y patriarcal predominante en el mundo físico. Los relatos de la variedad de ataques sufridos día a día por todo tipo mujeres (niñas, indígenas, lesbianas, trans) y en diferentes roles (madres, activistas, periodistas, políticas, académicas) nos obligan a pensar en las herramientas que pueden construirse para combatir directamente esa violencia: desde lo técnico, lo discursivo, lo artístico y lo social. Muchas iniciativas de ese tipo ya se están tejiendo y consideramos que es importante conocerlas, usarlas y celebrarlas este #25N.

La violencia de género toma diversas y horrendas formas en su manifestación física, sexual, psicológica y económica. A menudo las víctimas quedan atrapadas en un círculo que pone el énfasis en su re-victimización y en la ausencia de herramientas para combatirla de forma más efectiva. Habitualmente no se presta suficiente atención a que en todos los casos, la disponibilidad de herramientas legales para frenar o prevenir la violencia no es la única herramienta ni la más eficiente para detener la violencia. La clave en todos los casos es el apoyo y el acompañamiento, las redes de confianza, los espacios donde las víctimas puedan comunicarse sin temor a ser agredidas, para poder desarrollarse como sujetos integrales, y no sólo perpetuarse como víctimas.

Tal como sucede en las iniciativas contra la violencia de género que se desarrollan en el mundo físico que cuentan con programas de acompañamiento, capacitación laboral o residencias de acogida, para enfrentar la violencia en línea hoy se están construyendo numerosos espacios y movimientos a través de iniciativas de empoderamiento tecnológico; talleres y manuales de seguridad digital; repositorios de aprendizajes sobre derechos, autodefensa y autonomía digital para mujeres de identidades diversas; y el desarrollo de infraestructuras feministas y autónomas, entre otras iniciativas. Todas estas iniciativas están cambiando el foco desde la violencia hacia las herramientas y el poder que como mujeres podemos desarrollar para combatirla. Este año hemos dedicado nuestro tradicional informe Latin America in a Glimpsea documentar algunas de estas experiencias, que veremos en diciembre próximo.

Desarrollar estrategias de apropiación del espacio digital en respuesta a la violencia es urgente para combatir la narrativa que se construye cuando luego de una agresión digital se fuerza a que sean las mujeres quienes abandonen tales espacios considerados ‘inseguros’, dejando como resultado la autocensura y la impunidad, al timpo que es el perpetrador de la violencia quien gana cuando se silencia la voz de la víctima.

Aún queda mucho por hacer y necesitamos ser más exigentes con las plataformas privadas que ofrecen servicios a través de internet, en lo que les compete a reconocer y reaccionar oportunamente a ataques coordinados que buscan silenciar a mujeres en el entorno digital, en correlato a la censura y la violencia que sufren en el espacio físico.

Existe una deuda pendiente en términos de la transparencia con que las plataformas reciben y procesan solicitudes de este tipo, así como los criterios de procedimiento y sustantivos que se tienen en consideración para resolverlos. La sensibilidad a los condicionamientos culturales, sociales y etnográficos de nuestra región también resulta aquí un imperativo de responsabilidad social empresarial para plataformas configuradas desde otras latitudes.

La violencia en línea, tal como la violencia física, probablemente no desaparecerá nunca por completo, pero se le puede disputar el espacio a través de iniciativas como las que enunciamos aquí. Ellas ocupan el espacio virtual desde nuevas premisas de respeto e igualdad, que cambian la filosofía defensiva -que aún es tremendamente necesaria- por una de conquista de los espacios autónomos y seguros para que las mujeres puedan comunicarse y organizarse.

Las narrativas son tremendamente importantes en este proceso de apropiación y combate de la violencia: con alegría, con libertad de equivocarse y aprender, con espontaneidad, con compañerismo y solidaridad.

Como lo apunta Darinka Lejarazu a propósito de las bondades de tejer juntas: “Las feministas defendemos a capa y espada los espacios de mujeres y creo fervientemente que deberíamos de volver a tejer juntas y es que hay algo especial entre un grupo de mujeres que se reúnen a tejer, bordar, coser… estas actividades te dan la posibilidad de la escucha activa, juntas, mientras creamos cosas con nuestras manos podemos pensar, podemos abrir nuestro corazón, hablar de nuestros problemas, buscar soluciones juntas, hilamos ideas, entretejemos nuestras historias, aprendemos unas de otras y construimos desde el amor, el amor que solo se puede experimentar entre mujeres, creamos un nuevo cotidiano que nos permite sanar las heridas y respirar en este mundo que nos quiere ver ahogadas; ganar fuerzas para combatir”.

Construyamos estos espacios. Este 25N las invito como punto de partida a revisar las recomendaciones de Ciberseguras rumbo al #25N: herramientas y consejos para colectivas para una participación segura en las actividades que nos lleven a las calles. Conmemoremos esta fecha. Sigamos la lucha contra la violencia en todas sus formas. Vamos a tejer juntas una nueva internet.

Una marcha del orgullo en internet

Para una comunidad cuya identidad se ha construido a partir de disputas por el reconocimiento, durante más de veinte años internet ha servido de canal para expresarse más allá de los prejuicios o estereotipos de género. Existen millones de espacios en la web donde se difunden y comparten ideas y sentires: desde los procesos de transición o el intercambio de información entre adolescente explorando sus sexualidades, hasta organizaciones de derechos LGBTQ+ o grupos promoviendo campañas por más derechos.

Desafortunadamente, internet se ha constituido cada vez más en un espacio para la recolección, clasificación y control de datos, y menos en un espacio para el aprendizaje y la experimentación. Ante las iniciativas de autonomía y liberación en el entorno digital, todos los días crecen y se fortalecen expresiones de rechazo y violencia contra las identidades que no responden a los modelos heteronormativos tradicionales. Los casos son miles.

Y aunque las grandes plataformas de internet se muestran cada vez más empáticas con el reconocimiento y la inclusión, sus políticas continúan demostrando que para ellos, algunas prácticas, estéticas y personas deben ser clasificadas como ‘sensibles’ o ‘inapropiadas’. Empresas como Google y Facebook parecen esforzarse: si buscas «queer» en Google, aparece en la página un arcoiris junto con los resultados de búsqueda; recientemente, luego de celebrar el matrimonio igualitario con aplicaciones para las fotos de perfil, Facebook lanzó una nueva funcionalidad para usar un arcoiris en lugar de un «me gusta». Estas acciones, aunque son válidas, crean una ilusión de que los espacios capitalizados por las empresas de Silicon Valley son abiertos, seguros y sinceramente activos en causas sociales, aunque no aplique en todas partes.

A mediados de marzo, cientos de youtubers protestaron en Twitter porque sus videos relacionados con la sigla LGBTQ+ estaban siendo restringidos para audiencias infantiles o familiares. Ante esto, la plataforma se disculpó, aclarando que el «Modo Restringido» lo utiliza un grupo muy pequeño de usuarios y además está desactivado por defecto. Sin embargo, como dijo una usuaria, este tipo de medidas contribuyen a la estigmatización, a través de la sexualización (por defecto) de los contenidos relacionados con personas trans y no binarias. Un mes más tarde, Youtube declaró que su sistema de filtrado para el «Modo Restringido» había sido arreglado, incluyendo nuevamente cientos de miles de videos con contenido LGBTQ+.

Por otra parte, además de su ya conocida política de nombres reales o su comprometida labor con la censura de pezones femeninos, Facebook prohíbe el uso de palabras como ‘sexual’ o ‘lesbiana’ en los nombres de usuaria, mientras que las palabras ‘gay’ o ‘gaywomen’ están permitidas. Este es uno de los casos de censura por diseño que tiene Facebook, que se suma a la problemática política de moderación de contenidos: ante la sextorsión, por ejemplo, dicen que es un problema lleno de ‘zonas grises’ y normalmente ‘cometen muchos errores’ al responder a las denuncias.

A fin de cuentas, parece que los gigantes de internet se valen de la identidad y el reconocimiento para facilitar la vigilancia y la censura de expresiones que se salen de los formatos deseables y normativos de la cultura patriarcal en la que todavía nos movemos. Por eso, en estos días de marchas y expresiones amigables con la diversidad aprovechamos para sumar nuestros cuerpos en la virtualidad y preguntarnos por la posibilidad de construir calles y encuentros digitales, espacios seguros para la imaginación, la experimentación y la creación; redes libres, abiertas y autónomas, alojadas -¿por qué no?- en servidoras trans-hack-feministas. Por la dignidad, a la manera de cada grupo, en cada lugar. Un carnaval de lucha, celebración y hackeo 🙂

Periodismo, libertad de expresión y seguridad digital

Tamara De Anda es bloguera del diario El Universal y locutora en otros medios de comunicación en México. En marzo de este año, fue víctima de acoso y hostigamiento a través de las redes sociales, luego de denunciar allí mismo haber sido víctima de acoso por parte de un taxista. Decenas de usuarios publicaron amenazas explícitas de muerte contra ella y expusieron sus datos personales, incluida la dirección de su casa. Según datos de la organización Artículo 19, que acompañó el caso, se acumularon alrededor de 250 mensajes por hora, pero este es apenas uno de los innumerables casos de acoso que a diario sufren periodistas a la hora de utilizar las redes como medio de visibilización y denuncia.

Un porcentaje importante de las amenazas en línea pueden convertirse en agresiones físicas a una persona o a su círculo cercano, pueden afectar sus dispositivos o la información que maneja. En muchos de estos casos, se trata de las mismas amenazas que antes se hacían offline, solo que trasladadas al mundo digital: las amenazas de muerte que antes se hacían en papel ahora llegan por Twitter, pero no por eso resultan menos peligrosas.

El creciente uso de las redes sociales para acosar y agredir periodistas puede explicarse por el bajo costo que esto supone. Pero los otros usuarios no son la única amenaza, pues también es creciente la vigilancia y el espionaje de las comunicaciones por parte de los gobiernos. En Argentina, por ejemplo, se confirmó que al menos 33 personas (jueces, fiscales, políticos y periodistas) fueron espiadas por la Agencia Federal de Inteligencia a través de un software malicioso instalado en sus dispositivos móviles.

Asimismo, se ha vuelto cada vez más frecuente la creación de cuentas falsas en redes sociales y las campañas de difamación contra periodistas, una práctica que atenta contra uno de los activos más valiosos para un comunicador: su capital social. La creación artificial de rumores para generar la pérdida de la confianza en un comunicador o en un medio de comunicación (o, como en Turquía, en las redes sociales como entorno para la obtención de información) es una práctica profundamente dañina para la libertad de expresión.

También los ataques distribuidos de denegación de servicio (DDoS) son usados cada vez con mayor frecuencia para impedir o entorpecer el acceso a ciertos medios de comunicación en línea: en 2015, los diarios argentinos Clarín y Página 12 sufrieron este tipo de ataques; en los últimos meses, los medios venezolanos El Pitazo, Correo del Caroní y Caraota Digital enfrentaron ataques similares, todos los cuales resultaron en la caída de estos sitios web durante al menos algunas horas. Este tipo de ataques pueden provenir de agentes estatales pero también de personas u organizaciones interesadas en causar daño, ya que es muy simple llevarlos a cabo, generando una cantidad de solicitudes artificiales al servidor donde se encuentra el sitio web, hasta que este ya no tenga capacidad de responder.

La colaboración efectiva entre los sectores tecnológico y periodístico siempre ha sido, cuando menos, problemática. Los expertos en seguridad suelen recomendar el uso de herramientas como el cifrado PGP, una herramienta excelente en términos de protección, pero compleja en términos de uso y aprendizaje, los cuales requieren una inversión de tiempo y esfuerzo que no muchos periodistas están dispuestos a hacer.

La adopción de herramientas y prácticas de seguridad digital requiere una inversión de tiempo, dinero y capacitación que, aunque es de suma importancia y puede evitar costos mayores al impedir que se materialicen ciertos riesgos, puede ser una dificultad para quienes se encuentran en situaciones de tensión, con restricciones de tiempo y altas cargas de trabajo. Además, a pesar de los innumerables y loables esfuerzos hechos por la comunidad tecnológica para el desarrollo de herramientas y guías que faciliten el acceso del público general a temas de seguridad digital, estos siguen apareciendo como oscuros y complejo para muchas personas.

Por otra parte, resulta al menos problemática la tendencia a desarrollar y utilizar aplicaciones o software especializados para solucionar problemas sociales concretos. La utilidad de este tipo de herramientas está directamente relacionada con la comprensión sobre cómo operan las amenazas en el entorno digital y qué hábitos debemos cambiar, instaurar o fortalecer.

Cada vez existen más mecanismos para la protección y defensa de periodistas; herramientas como Project Shield, de Google, o Deflect, de eQualit.ie, permiten que los medios de comunicación (y en especial los medios de comunicación independientes) se protejan de ataques de denegación de servicio. Pero estos ataques no ocurren en el vacío y no podemos permitir que los aspectos tecnológicos de la protección a periodistas y medios ocupen toda la conversación.

Es importante atender a las dimensiones legales, sociales, políticas y psicológicas de esta violencia y comprender, por ejemplo, la forma en que un ataque de difamación y hostigamiento puede afectar las redes de un periodista, su reputación, su estabilidad psicoemocional y a su entorno íntimo, desencadenando así un efecto de enfriamiento que perjudica la libertad de expresión y por ende, el libre desenvolvimiento de una sociedad democrática.

Organizaciones mexicanas reclaman “mucho ojo” en campaña sobre el sexting

“Mucho ojo en la red” es una campaña de la Fundación Televisa y la Alianza por la Seguridad en Internet (ASI) que pretende alertar a padres y madres de familia acerca de los riesgos de ciertas prácticas en línea como el sexting y el ciberbullying. Sin embargo, su enfoque e imágenes promocionales estigmatizan al sexting y culpan a las víctimas de la difusión no consentida de material íntimo.

“Respétate. Cuidado con lo que compartes” es una de las frases promocionales de la campaña, usada como respuesta a la amenaza, recibida por la víctima, de difundir su fotografía desnuda a toda la escuela.

Es así que la propuesta de la Fundación Televisa falla al no centrar la responsabilidad de la agresión en los perpetradores que atentan contra el consentimiento y la privacidad de las personas en internet, ni en los cómplices que recirculan las imágenes. Por el contrario, culpa a las víctimas y responsabiliza abiertamente a una menor de edad por ser amenazada. Esta manera de excluir de responsabilidad la conducta del agresor/a perpetúa la práctica de violencia en línea contra las juventudes.

La campaña refuerza el estereotipo machista de que las mujeres son las responsables de los actos de violencia que reciben (por cómo se visten, por cómo actúan, por sus prácticas sexuales), al mismo tiempo se asigna una responsabilidad errónea hacia quien genera la imagen, y desvanecen a quienes ejercen la violencia al distribuirlas por represalia e incluso con fines comerciales.

El concepto de sexting se refiere a la realización de fotografías, vídeos o mensajes de contenido erótico o sexual y su intercambio de manera consensuada y libre entre las personas involucradas. Sin embargo, es criminalizado y descalificado sin matices desde un punto de vista moral conservador a través de un llamado a “respetarse”. Se estigmatiza el cuerpo al insinuar que erotizarlo por elección propia es “una falta de respeto”, lo que refuerza una educación sexual basada en miedo, culpa y rechazo a la propia sexualidad. Esta postura paternalista asume que las y los jóvenes son incapaces de ser responsables y de respetar a las otras personas.

La campaña ignora el derecho de autonomía progresiva de las juventudes, reconocido en instrumentos internacionales de los que México es parte. En este sentido, estigmatiza a aquellos que ejercen libremente su sexualidad. Una educación sexual basada en miedo o abstinencia no previene ni reduce conductas de riesgo; hace falta una educación sexual centrada en la toma responsable y segura de decisiones basadas en la información, así como el cuidado de uno/a mismo/a y de las y los otros.

La Fundación Televisa y la Alianza por la Seguridad en Internet deben informar con responsabilidad y no confundir a las niñas, niños y jóvenes. El Código Penal Federal no criminaliza tomarse una imagen y mandarla de forma voluntaria a un tercero dentro de un ambiente de confianza y bajo la presunción de que existe privacidad. Lo que constituye un delito es:

“procurar, obligar, facilitar o inducir, por cualquier medio” a una o varios menores de edad “a realizar actos sexuales o de exhibicionismo corporal con fines lascivos o sexuales, reales o simulados, con el objeto de video grabarlos, fotografiarlos, filmarlos, exhibirlos o describirlos a través de anuncios impresos, transmisión de archivos de datos en red pública o privada de telecomunicaciones, sistemas de cómputo, electrónicos o sucedáneos” así como “revelar, divulgar o utilizar indebidamente o en perjuicio de otro, información o imágenes obtenidas en una intervención de comunicación privada” (artículo 211 BIS, Código Penal Federal).

En lugar de buscar inhibir o disuadir el ejercicio de la práctica del sexting, la campaña de Fundación Televisa debería centrarse en educar a las y los jóvenes sobre cómo practicarlo de manera consciente, segura y responsable, así como invitar a no compartir con terceros imágenes, vídeos y otro tipo de materiales sin consentimiento.

* Este comunicado fue publicado originalmente en el sitio de Internet es Nuestra, coalición por una red libre de violencias.

¿Combatirá Facebook la pornovenganza?

Es una buena noticia porque, contrario a lo que afirmó su director ejecutivo, Mark Zuckerberg, la iniciativa no se centra solamente en el desarrollo de tecnología de inteligencia artificial y reconocimiento facial para la identificación de las imágenes, sino que incluye apoyo emocional, asesoramiento técnico e información a las víctimas.

Por eso se sumaron a la Guía de eliminación en línea y además lanzaron una guía propia. Sin embargo, es una lástima que la organización especializada en el tema, aún en asocio con la red social más grande del mundo, solamente ofrezca soporte en idioma inglés y acompañamiento en territorio estadounidense, lo que sin duda excluye a muchas de las víctimas.

Ante esta limitación parece que, en efecto, el esfuerzo de esta compañía sí está centrado en el desarrollo de tecnologías para probar la coincidencia de las fotos que sean reportadas como “sin consentimiento”, con el fin de evitar que sean compartidas nuevamente en Facebook, Messenger e Instagram. Si alguien trata de compartir la imagen después de que ha sido reportada y eliminada, la plataforma enviará una alerta de violación a las políticas y detendrá el intento de compartirla.

Si bien la iniciativa de Facebook no es suficiente para combatir este tipo de agresión, que es expresión de problemas sociales más allá de la interacción a través de una u otra plataforma, es necesario cuestionar si esta herramienta, efectivamente, protege a las víctimas. Como se sabe, en muchas ocasiones las políticas de la red social han derivado en la censura de imágenes de importante contenido cultural y político, así como de perfiles, tanto personales como no personales, por la difusión de imágenes que contienen cuerpos desnudos, femeninos.

La llamada “pornovenganza” es un tipo de violencia que se ejerce principalmente contra las mujeres, por eso es necesario alertar sobre las soluciones técnicas que, antes como ahora, no han contribuido a hacer de Facebook un espacio más seguro sino más restrictivo para nosotras. Aunque resulta muy útil una herramienta para eliminar las copias de una imagen íntima compartida sin consentimiento, y a pesar de que es imposible controlar que la imagen se difunda en otras plataformas, ¿cómo garantiza Facebook que la selección de las imágenes se hará con criterios justos? ¿Cómo garantiza que no se convertirá en un herramienta de censura? ¿Está dispuesto Facebook a rendir cuentas sobre el uso de inteligencia artificial? ¿Sobre el uso de las imágenes que eliminará de la plataforma?

Reconociendo el modelo de negocio en que está basado Facebook, cuesta imaginar una tecnología desarrollada por ellos que apoye efectivamente a las víctimas de “pornovenganza” y es preocupante que las estrategias de protección estén basadas en el desarrollo de tecnologías intrusivas como el reconocimiento a través de inteligencia artificial que, aunque de hecho ya son utilizadas por la plataforma, contribuyen mejorar los sistemas de monitoreo a usuarios y usuarias.

Proteger los derechos del agresor. Un peligroso precedente judicial

En días recientes, un tribunal paraguayo ordenó a la organización de derechos humanos TEDIC censurar un contenido publicado en su web, donde se evidenciaban los ataques violentos de parte de un conocido youtuber hacia una periodista, a través de un chat grupal de Facebook. En este chat, entre otras cosas, se hablaba de violar a la periodista para «corregir» su orientación sexual. Tras la difusión de estos mensajes por parte de la periodista, el youtuber solicitó un amparo ante la corte, alegando que la publicación de este contenido afectaba su reputación. El amparo fue acordado por la corte, considerando que dicho chat podía «seguir siendo objeto de malas interpretaciones por parte de los usuarios de la red“, y calificando como «insustanciosa» la discusión generada en torno al tema en las redes.

Más allá de sentar un peligroso precedente judicial, este caso trae de nuevo al debate público el tema de la violencia en redes por razón de género, circunstancia que constituye un problema mundial, pero que en América Latina resulta particularmente ubicuo debido a las desigualdades subyacentes. La violencia no es intrínseca a la tecnología sino que reproduce estructuras sociales, como pone particularmente de manifiesto el caso paraguayo. En lugar de convencer, el razonamiento detrás de la lamentable decisión judicial solo evidencia la importancia social y de orden público del problema del acoso en línea por razones de género y orientación sexual. Al descartar el caso como si se tratara de una mera rencilla entre amigos, en lugar de un patente ejemplo de la cultura de la violación prevalente en las sociedades latinoamericanas, la justicia falla en aplicar los principios de derechos humanos que llaman a la protección de las personas discriminadas.

La discusión en torno a las prácticas de violencia de género en línea, descartada por la corte paraguaya como innecesaria, reviste una importancia enorme para permitir a las sociedades avanzar en la resolución de este grave problema. Hace unos meses, la organización mexicana Versus presentó una plataforma sobre la violencia de género en línea, relacionada con el periodismo deportivo. En esta plataforma se evidencia que en este tipo de ataques, el género determina las formas que toma la violencia: se busca restablecer los sistemas que fijan a hombres y mujeres en determinados roles y comportamientos considerados como «propios» de su sexo. Es así como las mujeres, cuyas conductas se salen de los roles tradicionales (ya sea por sus intereses, actitudes, apariencia u orientación sexual) son agredidas en un intento de hacerles replegarse dentro de la conducta permitida.

Así, la tecnología no puede considerarse una causa sino una herramienta. El peligro del acoso en el ámbito digital (comparado con las prácticas de acoso offline de toda la vida) radica en que facilita el acceso a la persona objeto de los ataques, abarata el costo y permite masificar la agresión. Del mismo modo, raramente somos conscientes de la cantidad de información que acumulamos sobre nosotras mismas en línea, información que posibilita ataques de doxxing, o la práctica de recopilar y revelar información sobre una persona con la finalidad de exponerla públicamente.

Este tipo de amenazas, que tienden a ser descartadas como irrelevantes por personas que no son vulnerables a ellas, presentan dos factores de riesgo fundamental: la primera, el impacto que pueden tener en la seguridad y el bienestar emocional de las víctimas, y en su capacidad de expresarse y participar libremente en la sociedad. ¿Se atreverá una mujer a denunciar prácticas de acoso en Paraguay con el precedente judicial de considerar que estas denuncias «afectan la reputación» del agresor? Si expresar nuestras opiniones nos lleva a ser acosadas, ¿nos atreveremos a seguir hablando? Un reporte del instituto Data & Society señala que solo en Estados Unidos, cuatro de cada diez mujeres se han censurado a sí mismas en línea para evitar el acoso.

En segundo lugar, el límite entre lo online y lo offline es cada vez menos preciso. En casos como los del gamergate, los agresores revelaron la identidad y la dirección de las mujeres acosadas y utilizaron plataformas en línea para hacer envíos no solicitados a sus domicilios. Las formas que toma el acoso en línea contra las mujeres, además, suelen ser profundamente más perversas: amenazas de violación y de homicidio, imágenes sexuales y violentas. Al ser legitimadas por la sociedad, estas amenazas pueden materializarse u ocasionar graves daños psíquicos que lleven a las víctimas a causarse daño o incluso al suicidio.

Por otra parte, a la (en el mejor de los casos benévola) ignorancia de los órganos de justicia se suman las (frecuentemente dañinas) prácticas de las compañías que administran estas plataformas. Ofrecer mecanismos un poco más efectivos para lidiar con el acoso tomó años a una red social de las proporciones de Twitter, y aún hoy en día plataformas como Facebook conservan sus políticas de nombre real, exponiendo a diversos tipos de riesgos a las poblaciones LGBTI.

Considerar, como argumenta la jueza en el caso paraguayo, que denunciar prácticas de acoso quebranta la «paz social» es una postura que en sí misma contribuye a fortalecer estructuras de discriminación y agresión contra las mujeres. Es urgente que los órganos de administración de justicia latinoamericanos se pongan al servicio de la justicia, y no de la preservación del statu quo, adoptando medidas que permitan proteger a las víctimas de la violencia y la discriminación. La discusión que se genera a raíz de los casos de violencia de género e identidad sexual es de alta relevancia para el colectivo, y no puede el ejercicio irregular de un derecho anteponerse a la protección de una garantía constitucional, ni del interés público de la sociedad en avanzar la protección a los derechos humanos.