Las historias de las dictaduras que avanzaron y plagaron a América Latina en el siglo XX, impregnaron la imaginación de los estudiantes durante muchas décadas. Como parte de la porción que creció en los años 90, crecí leyendo libros, asistiendo a clases y viendo películas sobre el tema. La dictadura chilena que terminó en los años 90, así como la lucha por la educación, marcaron imágenes de lucha y resistencia. América del Sur, además de ser escenario de dictaduras, también fue escenario de una sangrienta colonización, que incluso hoy deja huellas geográficas y socioeconómicas que impregnan la forma en que tratamos nuestra sociabilidad, nuestros dispositivos electrónicos e Internet. Sin embargo, los esfuerzos locales luchan por transformar la brecha y la educación tecnológica, los esfuerzos feministas trabajan para desarrollar otras infraestructuras. Pero, ¿cuáles son las bases de la tecnología que tenemos hoy?, ¿Qué tienen que ver con la cultura de dominación que buscamos transformar?
En tiempos difíciles de la dictadura, las familias quedaron devastadas, las personas desaparecieron, la violencia afectó los cuerpos de quienes resistieron, los libros se quemaron y la vida en el hogar ya no era la misma. En Chile, mientras las mujeres que perdieron parte de sus familiares queridos en la resistencia buscaron alternativas para alimentar sus hogares, también aprovecharon la oportunidad para contar sus historias y denunciar la violencia que afectó a su país. Las Arpilleras fueron una técnica ampliamente utilizada en el período por las mujeres, quienes tejían mensajes para denunciar los horrores de la dictadura y, con su venta, apoyaban y alimentaban a sus familias. En todo el mundo, las mujeres están buscando dentro de sus posibles tecnologías alternativas para mantenerse, hacer que se escuchen sus voces y transmitir sus mensajes.
También fue al final de las dictaduras latinoamericanas cuando los cables submarinos se convirtieron en una gran inversión internacional para las telecomunicaciones entre computadoras, formando la gran red de Internet que tenemos hasta hoy. En el siglo y décadas anteriores, los cables submarinos se usaban para las comunicaciones telegráficas.
Hoy en día, los cables submarinos de fibra óptica transmiten más del 90% de la Internet mundial. Fueron construidos bajo una política de guerra y siguen caminos previamente recorridos por senderos de exploración de las antiguas navegaciones. Estos cables de 2,5 cm de diámetro llevan los protocolos e infraestructuras que rigen la velocidad de los datos, el transporte de información y la codificación de mensajes. También son vulnerables a la vigilancia.
Si la ruta de los cables de Internet es tan antigua como el período de navegación, una explicación socioeconómica podría aclarar por qué más del 40% de la población mundial todavía no tiene acceso a Internet: sus protocolos e infraestructuras están concentrados y en poder de ciertos gobiernos e industrias.
Y esta concentración no es solo un reflejo socioeconómico, sino también de quiénes son los productores de esta tecnología. Cuando las computadoras comenzaron a poblar las casas de las familias en el Sur Global, ¿quiénes eran las personas con el poder de explotarlas? ¿Desordenar tus cables y circuitos, nombrarlos, encenderlos y apagarlos? En mi casa, nuestra primera computadora estaba en la habitación de mi hermano.
Tomar la conciencia y retomar la tecnología
El lenguaje común de las mujeres comunica la conciencia histórica y patriarcal que rige nuestras vidas. Pero para ser consciente, también es necesario ser interseccional y explorar las raíces de clase, raza y geografía propias.
El Sur Global -este espacio socioeconómico que incluye Asia (con la excepción de Japón, Hong Kong, Macao, Singapur, Corea del Sur y Taiwán), América Central, América del Sur, México, África y Oriente Medio (con excepción de Israel)- tiene un porcentaje menor de su población con acceso a Internet, en comparación con los países del Norte Global; además, así como tiene notablemente menos backbones (cables submarinos) de la red global de Internet que el Norte global -nuestro hermano rico y arrogante- tiene no solamente la prevalencia en la transmisión de datos, sino también en su vigilancia y censura.
Para cambiar este escenario necesitamos retomar la tecnología. Esta noción común ha impregnado el feminismo tecnológico durante algunas décadas, pero también se refleja en las bibliografías académicas feministas, cuando leemos que las mujeres necesitan ocupar espacios de escritura, producción científica, política, entre otros espacios dominados por hombres; y principalmente, creados bajo una lógica de guerra y explotación. “Cyborg writing is about the power to survive, not on the basis of original innocence, but on the basis of seizing the tools to mark the world that marked them as other.”, escribió Donna Haraway.
Pero también sabemos que no queremos que nuestros protocolos e infraestructuras se basen en la guerra, ni que el camino de nuestros datos sea colonial. No queremos llegar al mismo lugar, queremos navegar de otras maneras, llegar a lugares no explorados, que tienen otras razones en su base, razones distintas a la guerra.
“Sin una ética del amor que moldee la dirección de nuestra visión política y nuestras aspiraciones radicales, a menudo somos seducidos, de una forma u otra, hacia sistemas de dominación: imperialismo, sexismo, racismo, clasismo…”
– bell hooks, El amor como práctica para la libertad.
El lenguaje común de las mujeres es saber que nuestros cuerpos son una disputa de dominación -desde su superficialidad hasta nuestras mentes- y también saber que somos resistencia. Una resistencia que no se basa en la guerra, sino en la transformación de un mundo que construimos colectivamente. Desde las arpilleras hasta la huelga feminista, contamos y hacemos historia y tecnología.